jueves, 10 de septiembre de 2009

Los Caballeros Templarios.



INTRODUCCIÓN


La idea es dar la versión católica de los hechos que ocurrieron realmente en uno de los momentos más difíciles para la Civilización Occidental. Contrarios a los mitos y leyendas que se han tejido a lo largo de los años acerca de esta honorable Orden, de los cuales muchos lo han tratado de relacionar con la Masonería y demás cosas extrañas.



EL SECRETO DE LOS CABALLEROS


Para explicar el prestigio y poder de los Caballeros Templarios no es necesario recurrir a extravagantes teorías ni a conjeturas gratuitas. Basta conocer la historia y la psicología del hombre medieval. Como hace notar acertadamente Charles Moeller: “La Orden debió el rápido crecimiento de su popularidad al hecho de combinar dos grandes pasiones de la Edad Media: el fervor religioso y el valor marcial” [1].

Como sucede a menudo en grandes instituciones, los orígenes de los Caballeros Templarios fueron muy modestos y casi accidentales.

Aunque los Cruzados conquistaron Jerusalén en el año 1099, los caminos que llevaban a la Ciudad Santa continuaron siendo constantemente atacados por musulmanes. Los peregrinos cristianos viajaban con gran riesgo. En 1118, Hugo de Payens, caballero francés de la familia de los Condes de Champaña y algunos de sus amigos decidieron consagrar sus vidas para proteger esos caminos. Así comenzó la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, una de las glorias de la civilización Cristiana y Occidental.

Gracias a la influencia de San Bernardo de Claraval, la naciente Orden fue aprobada por el Concilio de Troyes en 1128. Balduino II, Rey de Jerusalén, les concedió parte de su palacio contiguo a las ruinas del Templo de Salomón. Por ello, se les conoció popularmente como los Pobres Caballeros del Temlo.

El gran Abad de Claraval escribió una de las bellas páginas de la literatura cristiana delineando el perfil y la misión de los monjes-soldados: “Elogios de la Nueva Caballería Templaria” (Liber ad milites Templi: De laude novae militiae).


Ésta fue la primera de las Ordenes religiosas de Caballería que unieron virtudes de la vida religiosa y militar. Adicionalmente a los tres votos clásicos-pobreza, obediencia y castidad-, los caballeros hacían el voto de los cruzados, esto es combatir a los infieles por al fuerza de las armas.

La belleza de este ideal y el apoyo de San Bernardo—la mayor figura religiosa de su tiempo—hicieron que la nueva milicia creciese rápidamente. Con el paso del tiempo la Orden recibió donaciones y herencias de grandes benefactores que aseguraban materialmente su supervivencia.

A medida que la Orden crecía, fueron multiplicándose sus castillos-monasterios por toda Europa Occidental y el Medio Oriente. Para evitar asaltos y otros otros daños patrimoniales durante viajes largos, los viajeros recurrían a los Caballeros. Un peregrino podía depositar dinero en un convento de Francia o Inglaterra y recibía una letra de cambio autorizándolo a retirar el mismo monto en su destino, fuera éste Chipre o Jerusalén. Debido a los diferentes tipos de cambio que existían normalmente entre los dos lugares, la Orden obtenía generalmente beneficios económicos de aquellas transacciones.

Los Caballeros Templarios inspiraban tal confianza algunos reyes les entregaban la custodia de sus tesoros reales. Al ir creciendo su patrimonio, los templarios empezaron a conceder préstamos al estilo bancario. Con las ganancias, la Orden financió sus actividades militares, que requerían grandes sumas. [2]



EL PRECIO DE LA SANGRE


Más que el oro y la plata, la defensa heroica que los templarios hicieron de Tierra Santa les costó un alto precio en sangre. En dos siglos de combate contra musulmanes, unos 20 000 monjes-soldados perecieron en el campo de batalla o fueron ejecutados por el enemigo después de ser tomados prisioneros. Al contrario de otros caballeros, a los Templarios se les era prohibido, por su propia regla, pagar rescate. Dado que el enemigo no podía lucrar con su prisionero, las opciones para un caballero capturado eran: Negar la Fe Católica o morir. El martirio era la norma general. [3]



DECADENCIA DE LA EDAD MEDIA


En 1285, Felipe IV, llamado el Bello, se convirtió en el Rey de Francia. Él era diametralmente opuesto a su abuelo San Luis IX. Mientras éste representaba el espíritu de Caballería en sus aspectos mas sublimes—Heroísmo a servicio de la Fe--, el nieto hizo gala de cinismo, pragmatismo, ansias de poder y de riquezas. Se rodeó de legistas especialistas en Derecho Romano que eventualmente trasformaron la Monarquá Orgánica de la Edad Media en la Monarquía Absoluta del Renacimiento.

Cuando “las dos pasiones de la Edad Media, el fervor religioso y el valor Marcial”, empezaron a declinar, fueron remplazados por una mentalidad práctica y egoísta. La popularidad de los Templarios menguó, así como el de las Cruzadas. En muchos lugares el fervor de los monjes soldados declinó.

Con la caída del Reino Cristiano de Ultramar en 1291, muchos cuestionaron la razón de ser de la Orden y a codiciar sus bienes.


FELIPE IV DECLARA SU ASCENSCENDENCIA SOBRE EL PAPA.

Los Templarios pronto quedaron envueltos en una tragedia que fue una extensión de la lucha de Felipe el Bello para imponer su tutela sobre el Papa y a la Iglesia.

En 1296, Felipe entró en conflictos con el Papa Bonifacio VIII. Este gran pontífice resistió valientemente la intromisión del Rey de Francia en asuntos de la Iglesia Francesa. En 1302 emitió una Bula Unam Sanctam. Ella afirmaba que el poder espiritual tiene la misión de inspirar, guiar y corregir al poder temporal sin absorberlo, y que ambos poderes deben trabajar en armonía para el bien del pueblo y de las almas.

El Rey y sus legistas reaccionaron calumniando al Papa. Fue convocado el Parlamento y el legista Guillermo de Nogaret acusó al Papa de herejía, simonía, brujería y sodomía, las mismas acusaciones que se levantarían contra los Templarios.

Este conflicto motivó una escena que muchos consideran simbólica al final de la Edad Media. Las tropas francesas invadieron el castillo de Agnani, cerca de Roma, donde el Papa se había refugiado. Nogaret insultó al Papa, y Sciarra Calonna, un patricio romano y enemigo personal del Papa y aliado de los franceses, abofeteó al Papa con un guantelete de hierro. El Pontífice, quién ya contaba con 86 años de edad, debilitado por esta grave ofensa y brutalidad murió poco después (octubre de 1303).

Después del brevísimo reinado de Benedicto IX, Felipe el Bello influyó pesadamente en la elección de un Papa francés, Bertrand de Got, Arzobispo de Bordeaux, quien tomó el nombre de Clemente V y transfirió el gobierno de la Iglesia a Avignon en Francia [4]


FELIPE CONTRA LOS TEMPLARIOS


Habiendo sometido al Papado, el rey francés se volvió contra los templarios, el símbolo de la combatividad católica medieval, Pierre Vial, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Lyon, escribe:


“El mecanismo difamatorio desencadenado contra los templarios utiliza los mismos métodos, acusaciones y mortíferas palabras usadas en el pasado contra ilustres adversarios del Felipe el Bello: el obispo Bernard Sassiet y el Papa Bonifacio VIII”. [5]

Durante la noche del viernes 13 de Octubre de 1307, en una acción policial sin precedentes, tropas armadas invadieron todos los castillos-monasterios de Francia. Los Templarios no ofrecieron resistencia ante la orden de arresto dada por el rey.

Los Caballeros fueron interrogados con torturas brutales. Cuarenta de ellos murieron durante los interrogatorios. Sin embargo, un gran número para salvarse de mas tormentos confesaron lo que sus captores querían oír. El propio Gran Maestre Jacques de Molay, admitió su “culpabilidad”.

Es reveladora la declaración hecha por el Caballero Templario Ponsar de Gisy después de su confesión bajo brutales torturas:

“¡Si ellos me someten nuevamente a la misma tortura, yo diré lo que ellos deseen! A pesar de que estoy dispuesto a entregar mi vida y ser quemado o hervido por el honor de la Orden, bajo condición de que el sufrimiento sea breve, no soy capaz de soportar largos tormentos como aquellos a los que me sometieron [los investigadores reales]”. [6]


El Papa Clemente V protestó ante tales procedimientos, pero el rey lo amenazó con represalias. Tal como en tiempos de Bonifacio VIII, “libelos virulentos empezaron a circular acusando al Papa de favorecer la herejía y a los herejes. Clemente V fue incapaz de resistir estas presiones” [7]

Los Templarios que se retractaron de sus confesiones fueron condenados por la Inquisición—que estaba controlada por el rey—quemados vivos como herejes relapsos. El gran Maestre estuvo entre ellos. Él mientras estaba siendo quemado, atado a un poste cerca de la Catedral de Notre Dame de Paris, invocó a Dios como testigo de que la Orden era inocente y convocó solemnemente al Papa y al Rey francés ante el Tribunal de Dios. Ambos murieron ese mismo año.

El pusilánime Papa francés abrió su propia investigación sobre la Orden. Según Charles Moeller:

“La culpabilidad de los individuos, que fue considerada probada, no implicaba la culpabilidad de la Orden. Aunque la defensa de la Orden fue conducida pobremente, no se pudo probar que la Orden, como un todo profesara alguna doctrina herética, ni que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Viena, en el Delfinado, el 16 de Octubre de 1311, la mayoría fue favorable a mantener la Orden. El Papa indeciso y acosado, adoptó finalmente una vía intermedia: decretó la disolución, no la condenación de la Orden y no por sentencia penal, sino por decreto Apostólico (Bula del 22 de marzo de 1312” [8]



Los reyes de Portugal y Aragón percibieron la injusticia de este decreto y solicitaron al Papa establecer nuevas Ordenes de Caballería para los Templarios en sus reinos. Así con aprobación papal, el rey de Portugal creó la Orden de Cristo, la cual en el siglo posterior encabezó las conquistas de los mares, extendiendo la Cristiandad a tierras hasta entonces desconocidas. En Aragón el rey creó la Orden de Montesa para defender los territorios de los moros y piratas.

En otros países, el patrimonio de los Templarios fue entregado a los Caballeros de San Juan de Jerusalén (mas tarde conocidos como los Caballeros de Malta). La mayoría de los Caballeros sobrevivientes se incorporaron a esta u otras Ordenes de Caballería (Los Caballeros Teutones, los Caballeros de Calatrava y otros). Muchos volvieron a la vida civil.

Los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén nunca fueron restaurados como una Orden por la Iglesia. A pesar de sus metas, todas las agrupaciones que hoy día reivindican ser la continuación de los Caballeros Templarios carecen de legitimidad.





Referencias:

[1] Charles Moeller “The Knights Templars”, The Catholic Enciclopedia, Vol. 14, Págs 493-495

[2] Jacques Wolf, “La chute des moines banquiers”, Historia, Feb 1995. Págs. 18-21

[3] Charles Moeller “The Knights Templars”, The Catholic Encyclopedia

[4]Ivan Gobry, “Comment le Roi de France soumit la Papauté” Historia, Feb. 1995 Núm. 578, Pág 12-17 y Charles Moeller “The Knights Templars”. The Catholic Enciclopedia

[5] Pierre Vial, “L’ Arrestation Speculaire des Templiers: Etaint-ils innocents ou Ocupables?”, Historia, Feb. 1995, Pág. 25

[6]Pierre Vial, Historia, Feb. 1995, Pág. 28

[7]Pierre Vial, “L’ Arrestation Speculaire des Templiers: Etaint-ils innocents ou Ocupables?”, Pág. 28

[8]Moeller “The Knights Templars” The Catholic Enciclopedia

No hay comentarios:

Publicar un comentario